Hipatia

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martes, 1 de marzo de 2011

Las murallas de Troya

Y otro día más, al amanecer, nos plantamos ante la poderosa muralla troyana, con sus grandes almenas repletas de arqueros y cuyas flechas destrozaban nuestras filas.
Cada cincuenta metros más o menos, unas gigantescas torres sobresalían. Todos los muros eran de gruesas piedras marrones y grises y en algunos puntos, surcados de manchas negras, allí donde los proyectiles de nuestras catapultas han impactado, sin producir daño alguno pues su grosor es tal que puede soportar años de asedio.
No hay forma de asaltar sus defensas ya que las torres que teníamos han sido destrozadas por las catapultas de los troyanos. En el corazón de Troya se alza la ciudadela, con unas murallas y fortificaciones mucho más poderosas que los muros exteriores. Ni siquiera nuestros generales y capitanes han logrado romper semejante defensa, ni Ulises, ni Agamenón, ni tan siquiera el poderoso Aquiles. Sus puertas doradas se abren ante mis ojos empujadas por seis hombres cada una. Y aquí está un día más, el ejército troyano con su rey Héctor al frente...

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